OBEDECE.


El Estado colonial puertorriqueño, en su encarnación neo-liberal más violenta bajo la administración de Luis Fortuño, ha perfeccionado el uso de la Policía de Puerto Rico como el medio ideal para la represión de toda disensión. Sin embargo, el intento de biopolítica burda que este (des)gobierno intenta implantar sobre la población se extiende al tomar la forma de un ataque frontal contra la educación. Algo tan inócuo, y a la vez tan significante como el jugar ajedrez en el aula pública, ha sido vedado en un esfuerzo por desintegrar la habilidad del joven puertorriqueño a utilizar su pensamiento crítico, a ser lógico, a ser creativo (y por ende, lo condena a la servitud intelectual). La única palabra que le interesa a este Estado colonial, represivo, homofóbico, sexista, retrógrado, dictatorial, es la que acompaña a esta imagen que gustosamente he compartido con este blog: OBEDECE. Silencio. Cabeza abajo. Mente vacía. OBEDECE.






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Fragmento: Anarquismo y libertad del texto Malatesta. Pensamiento Y Acción Revolucionarios


MALATESTA. PENSAMIENTO Y ACCIÓN REVOLUCIONARIOS

VERNON RICHARDS

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Anarquismo y libertad

En la naturaleza, en la naturaleza extrahumana, domina simplemente la fuerza, es decir, el hecho brutal, sin atenuaciones, sin límites, porque no existe todavía aquella nueva fuerza a la cual la humanidad debe su diferenciación y su elevación, la fuerza de la voluntad consciente.


Toda la vida específicamente humana es una lucha contra la naturaleza exterior, y todo progreso y adaptación es superación de una ley natural. El concepto de la libertad para todos, que implica necesariamente el precepto de que la libertad de uno está limitada por la igual libertad de otro, es un concepto humano; es conquista, es victoria, quizá la más importante de todas, de la humanidad contra la naturaleza.


Es lamentablemente cierto que los intereses, las pasiones, los gustos de los hombres no son naturalmente armónicos, y que como éstos deben vivir juntos en sociedad es necesario que cada uno trate de adaptarse y conciliar sus deseos con los de los demás y llegar a una manera posible de satisfacerse a mismo y a los otros. Esto significa limitación de la libertad, y demuestra que la libertad, entendida en sentido absoluto, no podría resolver la cuestión sin una voluntaria y feliz convivencia social.


La cuestión sólo puede resolverse mediante la solidaridad, la hermandad, el amor, que hacen que el sacrificio de los deseos inconciliables con los de los demás se haga voluntariamente y con placer. Pero cuando se habla de libertad en política y no en filosofía, nadie piensa en la quimera metafísica del hombre abstracto que existe fuera del ambiente cósmico y social y que podría, como un dios, hacer lo que quiera en el sentido absoluto de la palabra.


Cuando se habla de libertad se está hablando de una sociedad en la cual nadie podría hacer violencia a los otros sin encontrar una tenaz resistencia, en la cual, sobre todo, nadie podría acaparar y emplear la fuerza colectiva para imponer la propia voluntad a los individuos y a las colectividades mismas que proporcionan la fuerza.

Estoy de acuerdo en que el hombre no es perfecto. Pero eso no constituye sino una razón más, y quizá la mejor, para no conferir a nadie los medios que le permitan “poner frenos a la libertad individual”.


El hombre no es perfecto. Pero ¿dónde encontrar entonces a aquellos hombres no sólo bastante buenos como para convivir pacíficamente con los demás, sino también capaces de regular autoritariamente la vida de los otros? y suponiendo que existieran, ¿quién los designaría? ¿Se impondrían por mismos? Pero ¿quién les serviría de garantía contra la resistencia, contra los atentados de los “malvados”? ¿O los elegiría “el pueblo soberano”, ese pueblo al que se considera demasiado ignorante y malo como para vivir en paz, pero que adquiere de golpe buenas cualidades cuando se le pide que elija a sus patrones?...


La sociedad armónica sólo puede nacer de las libres voluntades que se armonizan con libertad bajo la presión de la necesidad de la vida y para satisfacer la exigencia de hermandad y amor que florece siempre entre los hombres ni bien se sienten libres del temor de ser oprimidos y de carecer de lo necesario para sí mismos y para su familia.


Nos jactamos de ser sobre todo y ante todo propugnadores de la libertad: libertad no para nosotros solos, sino para todos; libertad no sólo para lo que nos parece verdad, sino también para todo lo que puede ser o parecer error...


Reclamamos simplemente lo que se podría llamar la libertad social, es decir, la libertad igual para todos, una igualdad de condiciones que permita a todos los hombres realizar su propia voluntad con el único límite impuesto por las ineluctables necesidades naturales y por la igual libertad de los demás...


A cualquiera le resultaría ridículo pensar que al ser nosotros defensores de la voluntad, quisiéramos que cada uno tuviese la libertad de matar a sus semejantes...


La libertad que nosotros queremos no es el derecho abstracto de hacer la propia voluntad, sino el poder de hacerla; por lo tanto, supone en cada uno los medios de poder vivir y actuar sin someterse a la voluntad de los demás; y como para vivir la primera condición es producir, el presupuesto necesario de la libertad es la libre disposición para todos del suelo, de las materias primas y de los instrumentos de trabajo.

No es cuestión de tener razón o estar equivocado; es cuestión de libertad, libertad para todos, libertad para cada uno siempre que no viole... la igual libertad de los demás. Nadie puede juzgar de una manera segura quién tiene razón o está equivocado, quién se halla más cerca de la verdad y qué camino conduce mejor al mayor bien para cada uno y para todos. La libertad es el único medio para llegar, mediante la experiencia, a la verdad y a lo mejor: y no hay libertad si no existe la libertad de equivocarse. Y además, ¿quién debe decidir cuál es la verdad y cuál el error? ¿Fundaremos entonces un ministerio de instrucción pública con sus profesores autorizados, los libros de texto admitidos, los inspectores de las escuelas, etcétera? ¿Y todo esto en nombre del “pueblo”, tal como los socialistas democráticos quieren llegar al poder en nombre del “proletariado”?


¿Y la corrupción que ejerce el poder, es decir, el hecho de creerse con derecho y de encontrarse en condiciones de imponer a los demás la propia voluntad?


Nosotros decimos, con justa razón, que cuando los socialistas democráticos llegan al Parlamento dejan prácticamente de ser socialistas. Pero esto no depende, por cierto, del hecho material de sentarse en una asamblea que se titula Parlamento; sí depende, en cambio, del poder que acompaña al título de miembro del Parlamento.


Si nosotros dominamos a los demás, de una u otra manera, y les impedimos hacer lo que quieren, cesamos prácticamente de ser anarquistas. Que digan que somos sentimentalistas y todo lo que les parezca, pero no podemos dejar de protestar enérgicamente contra esta teoría reaccionaria, autoritaria, liberticida, que afirma la Libertad como un principio bueno para una futura sociedad pero la niega para la sociedad actual. Precisamente en nombre de esta teoría se establecieron las actuales tiranías; y en su nombre se establecerán las del futuro, si el pueblo se deja ganar por ella. Un historiador de la Gran Revolución Francesa, Louis Blanc, al querer explicar y justificar la contradicción que existe entre las proclamadas aspiraciones humanitarias y liberales de los jacobinos y la feroz tiranía que ejercieron cuando ocuparon el poder, distinguía justamente entre la “República”, que era una institución del porvenir, en la cual se aplicarían en toda su amplitud los principios, y la “revolución”, que era el presente y servía para justificar todas las tiranías como medios para llegar al triunfo de la libertad y de la justicia. Lo que ocurrió fue el ajusticiamiento en la guillotina de los mejores revolucionarios, aparte de una infinidad de desdichados, la consolidación del poder burgués, el imperio y la Restauración...


Para combatir, y combatir eficazmente a nuestros enemigos, no tenemos necesidad de renegar del principio de la libertad, ni siquiera por un momento: nos basta con querer la libertad verdadera y quererla para todos, tanto para nosotros como para los demás.


Deseamos expropiar a los propietarios y expropiarlos con la violencia, porque ellos detentan con la violencia la riqueza social y se sirven de ella para explotar a los trabajadores, no ya porque la libertad sea una cosa buena para el porvenir, sino porque es buena siempre, tanto hoy como mañana, y los propietarios nos la quitan al quitarnos los medios para ejercitarla.


Queremos abatir al gobierno, a todos los gobiernos –y abatirlos con la fuerza porque es con la fuerza como nos obligan a la obediencia–, también en este caso no porque nos burlemos de la libertad cuando ésta no sirve a nuestros intereses, sino porque los gobiernos son la negación de la libertad y no es posible ser libre sin haberlos abatido.


Deseamos, y con la fuerza, quitar a los sacerdotes los privilegios de que disfrutan, porque con estos privilegios, garantizados por la fuerza del Estado, ellos quitan a los demás el derecho, es decir los medios, de ejercer una igual libertad de propagar sus ideas y creencias.


La libertad de oprimir, de explotar, de obligar a la gente a hacer el servicio militar, a pagar impuestos, etcétera, es la negación de la libertad; y el hecho de que nuestros enemigos empleen de una manera tan inoportuna e hipócrita la palabra libertad no basta para hacernos renegar del principio de ésta, que es el carácter distintivo de nuestro Partido, que es el factor eterno, constante y necesario de la vida y del progreso de la humanidad.


Libertad igual para todos y derecho, por lo tanto, de resistir a toda violación de la libertad, y de resistir con la fuerza brutal, cuando la violencia se apoya sobre la fuerza brutal y no hay medio mejor para oponerse a ella con éxito.


Y este principio es hoy verdadero y lo seguirá siendo siempre, ya que en cualquier sociedad futura si alguien quisiera oprimir a otro, éste tendría el derecho de resistir y de oponer la fuerza a la fuerza.


Y por lo demás, ¿cuándo termina la sociedad presente y comienza la futura? ¿Cuándo podrá decirse que ha terminado definitivamente la revolución y comenzado el triunfo incontrastado de una sociedad libre e igualitaria? Si hay gente que se atribuya el derecho de violar la libertad de cualquiera con la excusa de preparar el triunfo de la libertad, es seguro que encontrará siempre que el pueblo no está todavía maduro, que hay siempre peligros de reacción, que la educación no terminó aún, y con esta excusa tratará de perpetuarse en el poder –poder que podría comenzar como fuerza de pueblo rebelado, pero que al no ser regulado por el sentimiento profundo del respeto por la libertad de todos, se transformaría en un gobierno propiamente dicho, como los que existen hoy.


Pero nos dirán: ¿queréis entonces que los sacerdotes sigan embruteciendo a los niños con sus mentiras? No, nosotros creemos necesario, urgente, destruir la influencia maléfica del sacerdote, pero creemos que el único medio para lograrlo es la libertad, la libertad para nosotros y para ellos. Con la fuerza queremos, y un día u otro lo lograremos, quitar a los sacerdotes todos sus privilegios, todas las ventajas que deben a la protección del Estado y a las condiciones de miseria y sujeción en que se encuentran los proletarios; pero hecho esto, sólo contamos, y sólo podemos contar, con la fuerza de la verdad, es decir, con la propaganda.

Creemos –y por eso somos anarquistas– que la autoridad no puede hacer nada bueno, o que si puede hacer algo relativamente bueno, produce en cambia daños cien veces mayores. Se habla del derecho de impedir la propagación del error.


Pero ¿con cuáles medios? Si la corriente más fuerte de la opinión estuviera a favor de los sacerdotes, serían entonces éstos los que impedirían nuestra propaganda; si en cambio la opinión estuviera en favor de nosotros, entonces ¿qué necesidad habría de renegar de la libertad para combatir una influencia en decadencia y arriesgarse a despertar simpatía hacia esa influencia al perseguirla?


Libertad entonces, libertad para todos y en todo, sin otro limite que la igual libertad de los demás: lo cual no significa –es incluso ridículo tener que decirlo– que admitamos y queramos respetar la “libertad” de explotar, de oprimir, de mandar, que es opresión y no libertad.





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