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terrorismo.
1. m. Dominación por el terror.
2. m. Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror.
paranoia.
(Del gr. παράνοια; de παρά, al lado, contra, y νόος, espíritu).
1. f. Perturbación mental fijada en una idea o en un orden de ideas.
(Fuente: Real Academia Española)
Emma Goldman escribió una vez que si el acto de votar realmente cambiara alguna cosa, seguramente sería ilegal. Ciertamente, estas palabras han estado retumbando en mi cabeza. Este eco se agudizó desde que la facción partidista que actualmente ostenta control sobre el poder político en Puerto Rico declamó la necesidad absoluta de garantizar la democracia en los procesos parlamentarios estudiantiles mediante el voto secreto. Bueno, no se si podamos decir “control” o si el término dominio absoluto sea el más adecuado. Nos encontramos ante una subversión total de las tres ramas de control constitucionales que responde a las agendas particulares, político-partidistas y neo-liberales, del Partido Nuevo Progresista, y sustentadas por el uso desmedido de la represión policial.
Ante este tipo de atmósfera basada en la abierta supresión de la democracia y la disensión, cuando se puede argumentar que el boricua vive bajo un muy tangible Estado policial, hemos visto una explosión de columnas, artículos, anuncios, piezas editoriales y propaganda mediática atacando visceralmente a toda oposición. El vocabulario de preferencia para estas acciones reaccionarias ha sido firmemente anclado en el discurso de la Guerra Fría que, increíblemente, todavía florece en la mentalidad política puertorriqueña. Desde que entró en vigencia la nefasta Ley 7, y culminando con la histórica huelga universitaria reciente, el vocabulario ha crecido en su voracidad y veneno. El fantasma del comunismo colorea la paranoia folclórica que exorciza la derecha puertorriqueña, como un cómico espectro que se resiste regresar a su limbo particular.
Un breve repaso de historia debería de ayudarnos a entender lo risible que resulta el fantasma de la Guerra Fría de Fortuño y compañía: la Guerra Fría terminó en el 1991, con la caída de la Unión Soviética. Este pequeño dato aparentemente nunca quedó registrado en la paranoia existencial que pasa por realidad para la derecha reaccionaria boricua, la cual corea ahora nuevos cucos como Hugo Chávez y viejos cucos como Fidel Castro. El escuchar a los políticos de turno gritarle “comunista” y “subversivo” a todo aquel que exprese contrariedad a las políticas oficialistas se ha convertido ya en un ejercicio tan trillado que violenta toda semblanza de sentido común. En adición, nuestro flamante exgobernador Carlos Romero Barceló ha arremetido continuamente contra el estudiantado universitario, en una ocasión tildándolos de drogadictos (el término “coqueros” ha quedado jocosamente plasmado en el argot popular post-huelguista) y de parásitos del Estado. Tales arranques pedantescos bordearían en lo cómico y patético, si no tuviesen a su servicio el poder coercitivo del Estado detrás, una bestia levemente encadenada esperando lanzarse salvajemente, como lo hizo tantas veces durante la huelga. Es en esta atmósfera de intolerancia donde entra en juego la nueva palabra chic para referirse, especialmente, a los estudiantes que se han manifestado en contra de la imposición de la nueva cuota y el voto secreto: terrorista.
Después de los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001, la palabra “terrorista” ha reemplazado a los clásicos términos “insurgente” y “subversivo” en el coloquio del Estado cuando se refiere a aquellos que disienten sobre sus políticas. El cambiar el término “comunista pelú” por “terrorista” es una peligrosa estrategia de parte del poder. Tal término tiene una connotación que resulta repulsiva para la mayoría de la ciudadanía, y automáticamente lleva al que difiere al nivel de enemigo del status quo y de la sociedad misma. El terrorista, por su clara definición, utiliza el miedo para llevar a cabo sus metas, fomentando un sentido de temor tan grande que erosiona la capacidad de cualquier sociedad y gobierno para funcionar totalmente.
Aquí es donde vemos una clara disyuntiva entre la realidad que vivimos los puertorriqueños y la paranoia que viven aquellos en el poder. Si vemos quienes han utilizado la coerción mediante el miedo, no han sido ni los estudiantes huelguistas ni los empleados cesanteados, sino el mismo Estado, el cual ha hecho un uso constante, y que raya en sadismo fetichizado, de la represión policial para callar la voz de protesta, y una constante propaganda que busca distorsionar todo argumento en contra de sus posiciones. El utilizar el término terrorista es una reacción promulgada en transferir la carga opresiva del Estado al protestante, y a la vez justificar la continuidad de sus políticas de violencia institucionalizada.
Recientemente comenté en una pieza escrita por el joven Edwin Jusino, titulada "Una democracia de terror" y publicada en el portal virtual Estudiantes de la UPR Informan (http://estudiantesinforman.com/?p=205). En ella, el joven Jusino, íntimamente ligado al Partido Nuevo Progresista, militante de la juventud estadista en el Recinto de Mayagüez, y partidario del actual gobierno, continuó el uso del término terrorista contra sus hermanos y hermanas estudiantes universitarios. Terminó su columna con la siguiente aseveración:
"La verdad es clara y simple. Las personas que están en contra del voto secreto están en contra de la democracia. Pretenden evitar que todos los estudiantes se expresen, pretenden mantener un regimen (sic.) de terror, una democracia basada en el terror y la manipulación para poder impulsar sus agendas políticas a la fuerza."
Comencemos con el obvio problema reduccionista de presentar un solo punto de vista como la verdad. Para el autor de esta pieza, la verdad absoluta se encuentra en la posición oficial del Estado, y todo lo que se aparte de ésta es un peligro potencial: en otras palabras, atenta contra la democracia. Que el mismo germen de la democracia se base en la discrepancia de ideas y el debate aparentemente elude al autor. Pero el verdadero peligro radica en la oración que le sigue: “(…) mantener un régimen de terror, una democracia basada en el terror y la manipulación (…)”. A prima facie, es posible que el joven Jusino aparenta argumentar que una democracia puede mantenerse mediante el terror, o sencillamente esta interpretación parte de un uso inadecuado del lenguaje? Realmente, a lo que alude esta oración (de forma indirecta, ya que obviamente no era la intención ni la comprensión del autor cuando redactó esta columna) es al monopolio a la violencia institucionalizada que la soberanía del Estado promueve para su propia sobrevivencia, y cómo cualquier tipo de peligro percibido a esa supremacía discursiva puede ser interpretada como "terrorista".
Si se refiere a terrorismo como la obtención de metas y agendas particulares mediante el miedo, Edwin Jusino tiene razón, pero se equivoca de terrorista. El terrorista no se encuentra en el Consejo General de Estudiantes, en los Comités de Acción, o en la Plaza Antonia. El terrorista se encuentra servilmente entregado a la agenda de aquellos que atentan contra toda migaja de democracia en esta colonia maltrecha. El verdadero terrorista se encuentra haciéndole el trabajo sucio al gobierno de turno, traicionando al resto del estudiantado y al país, abandonando su pueblo a un servilismo tribal mientras busca consagrarse políticamente con la élite política y económica del país.
Como dije en mi respuesta inmediata a la columna original, no nos debe de extrañar el vocabulario utilizado en esta columna, o en los recientes escritos de Carlos Romero Barceló. Solamente es necesario recordar la campaña de propaganda utilizada por la administración de la UPR durante la pasada huelga estudiantil. No nos debe de sorprender, cierto, pero tampoco nos debe dejar de ofender, y es nuestro deber, como seres humanos y como amantes de la real democracia, participativa y directa, preservar la voz de un ser humano emancipado y libre de toda represión. Es nuestro deber ciudadano el denunciar estas artimañas que atentan contra la libre expresión y buscan tajantemente perpetuar el control de los pocos sobre la mayoría. Estos son los verdaderos terroristas, aquellos que pretenden usar el espectro irresponsable del terrorismo para continuar su propia agenda totalitaria. Tal vez estos individuos que se prestan para servir como monigotes del Estado no necesitan buscar muy lejos para encontrar a los verdaderos terroristas; solamente deben de fijarse en un espejo.