En las vísperas de la creación del Ministerio de Verdad, Ley y Orden: Ein Volk! Ein Reich! Ein Führer!

Lo confieso: soy un cínico por excelencia. Honestamente, he llegado al punto más alto (¿bajo?) de cinismo donde nada de lo que ocurra en Puerto Rico me sorprenda, al punto de adoptar cómodamente la frase “meme” por excelencia de “me importa un bicho” como estandarte, producto del agotamiento. ¿Cómo es posible tomar algo seriamente en un país que aparentemente vive sembrado en el simulacro hiperreal más obsceno imaginable? Si Baudrillard reviviese y viera el disparate que es Puerto Rico estoy seguro que inmediatamente se privaría de la vida. Confieso, sin embargo, que aunque ya no pueda ser sorprendido por los disparates que ocurren a diario en mi bella isla, no soy inmune a sentir horror por éstos. Y son estos momentos como ahora, mientras escribo esta diatriba a duras penas comprensible, cuando me siento profundamente aterrorizado.


Durante la tarde de hoy, lunes 28 de febrero del 2011, el cuerpo gubernamental ha dado un gigante paso hacia el abismo totalitarista, siguiendo la flamante historia del autogolpe gestionado. Con el grito aclamado de una tribu partidista, al servicio del asalto neoliberal contra todo lo que atente al lucro más descarado de las élites atrincheradas dentro y fuera de la colonia, el simulacro de democracia representativa se acaba de venir abajo fulminantemente. Ni hace falta la formalidad de la firma del gobernador, la cual es un mero sello de goma en un estado corporativo como lo es Puerto Rico. Sabemos dónde recae el verdadero poder, quiénes ostentan la verdadera fuerza de la soberanía desnuda y brutal: el uso de la fuerza, el control absoluto sobre el quitar la vida o posponer la muerte. El Estado, en su manifestación más burda imaginable, ha logrado su propósito.


La aprobación en la Cámara de Representantes del Proyecto Senatorial #1953 no es otra ley como cualquier otra. No es un simple pulido adicional a los beneficios de los pocos sobre los muchos. No es otro golpe a la expresión pública ni a las instituciones que supuestamente velan por los derechos del ciudadano (whatever that means). Es algo mucho más sencillo que todo eso. Algo mucho más sutil que negar acceso a gradas en el Hemiciclo. Ni es tan siquiera por el gasoducto. Esto es poder, punto.

El Partido Nuevo Progresista ha sido valiente. Tengo que reconocerlo, y al César, con toda la importancia de esa palabra, lo que es del César. Solo que el César (pos/trans)moderno no cuenta con un rostro particular. No es un caudillo buscando consolidar su poder personal. No es un Hitler, un Fidel o un Mao. No, nada tan mezquino ni elemental. Bienvenidos al verdadero Desierto de lo Real. La simulación es su propia verdad. El Estado finalmente se ha liberado de toda pretensión representativa. Ya no hay más trabas para el saqueo, para el control absoluto de parte de aquellos que realmente tienen este país bien metido en cintura.


Que no cunda el pánico. Un estado de emergencia no significa que Plaza las Américas cerrará o que se acabará el alcohol. O no, libérenos Dios de todo mal, impensable. No, tranquilos, la cocaína seguirá fluyendo. Lo que se pierde es algo mucho menos importante. Se pierde la habilidad, jamás deseada, de parte del pueblo para disentir, para protestar, para hacer valer su supuesto rol liberal de guías de su propio destino. No, caducas tales patrañas. ¿La Comay no vota, verdad? ¡Para qué tienes que votar tu! Aquel que pida más de lo que tiene no es humilde, no es hijo de Dios. Con ansias locas espero las inevitables reformas a la Ley Electoral.


Seamos todos humildes hijos de Dios, y buenos ciudadanos. Este estado de emergencia, este estado de excepción puro que se nos tira encima, y en todo otro gobierno del Occidente, es para nuestra protección, para nuestro bien y nuestra prosperidad. El Estado es Madre. El Estado es Padre.

Puerto Rico no contó con la quema de un Reichstag para legislar su estado de emergencia. Realmente no lo necesitó. No tuvo, como el caso de Alemania, que luchar con una consciencia combativa de ciertas regiones del país. El boricua ha estado dormido por mucho tiempo. Y dormido se quedará. Mientras tanto, aquellos que se cantan "intelectuales" siguen varados en un miasma de futilidad, cómodos en sus tronos vacilantes.


Tal vez no se llame el Ministerio de Verdad, Ley y Orden. Tal vez no exista como entidad oficial, sino como sombras que te sigan por los callejones, oídos intrusos en tus conversaciones u ojos espías en tus blogs. Pero ahí estará, cada día asegurándose que pienses y actúes correctamente, que no te pases de la raya. Es una emergencia, y todos tenemos que hacer sacrificios en tiempos de emergencias. La excepción como la nueva regla. Tal vez lo que nos queda de todo esto es la terrible ilusión de que nuestros hijos nunca conozcan lo que perdieron, y así no la anhelen. Eso sí, le debo a Giorgio Agamben una taza de café.


Y eso, mis hermanos y hermanas, es palabra de hombre.

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El ataque del estado corporativo a la ilusión democrática.

Wisconsin y Puerto Rico están unidos por más que el ser parte de los Estados Unidos. Ahora también nos une la victimización desnuda perpetrada por el estado corporativo, por aquellos que realmente controlan nuestros destinos tras bastidores. Nuestra realidad será una colonial, pero las ideologías neoliberales no toman esas relaciones asimétricas como problemáticas. Al contrario, la realidad del gobierno totalitario en Puerto Rico es solo otra manifestación de la embestida brutal de parte de aquellos intereses privados que realmente cuentan con el control del andamiaje legal, desde aquellos que controlan a todos los jugadores de los tres partidos políticos mayoritarios en Puerto Rico hasta los hermanos Koch en los Estados Unidos.

Con las movidas diseñadas a sembrar el país en un continuo estado de emergencia, el estado corporativo ya ni esconde su control sobre todo aspecto “legal” de la nación-estado. Ya es bastante obvio que el engaño de la democracia representativa, cobijada en la ilusión de la constitucionalidad, no les sirve a aquellos que ostentan el poder. No hay "checks and balances", sólo el puro poder coercitivo de la soberanía desmedida en eternos estados de excepción. Decir ahora que Giorgio Agamben tenía razón es caer en repetir lo obvio.

Mientras tanto, la ciudadanía colonizada sigue comiendo de sus simulaciones de participación trivial, aferrados a sus tribus de preferencia, y a la vez sus intelectuales despotrican cómodamente desde el simulacro de seguridad aparente que genera la torre de marfil.

En un mundo en ebullición, la neutralidad traída del conformismo y la apatía no es solo irresponsable, sino que es letal. Estamos ante una ola de levantamientos y revoluciones inspiradas, tal vez, por una manifestación virtual del zeitgeist que ha llevado a la acción física de la multitud. Lejos de refugiarse en las letras de pensadores muertos o en una apatía abierta contra el intelectualismo, vemos movimientos pluralistas, inclusivitas, tirarse a las calles y retomar su espacio soberano. Vemos, de igual forma, cómo las "sociedades libres" han entorpecido, nublado o actuado arrastrando los pies ante estos movimientos de liberación, y sabemos por qué: temor. Temor a perder el status quo, a ver la vieja tradición de orden y gobierno de los pocos sobre los muchos, sea de derecha o izquierda, carcomida por la movilización de la pluralidad. Por perder sus zonas de control globales, las que perpetúan el fraticida sistema internacional y hacen un chiste del derecho a la autodeterminación. Ese es el gran temor de los estados corporativos, del capitalismo internacional.

Cuál es el miedo a la participación directa que tienen los extremistas de todo espectro político? Cuál es el miedo a dejar el conformismo del centrista? Existen nuevas alternativas para la vida en sociedad, nuevas rutas que pueden ser exploradas, pero mientras sigamos viviendo prisioneros de nuestros miedos y aferrados a nuestras indoctrinaciones no hay forma de poder cambiar nuestra situación actual. Hemos pagado un alto precio por haber abandonado la razón crítica a favor del dogmatismo reaccionario. Ese es tal vez el peor legado a nuestras generaciones: un país vendido al mejor postor, silente y condenado a la obediencia más ciega imaginable.

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