La lucha estudiantil debe continuar

    El movimiento estudiantil en la Universidad de Puerto Rico, en la práctica, es un grupo más o menos heterodoxo cuya meta a través del tiempo suele rondar alrededor de la adquisición de (in)cierta autonomía para la Universidad del Estado. Sin embargo, este denominado movimiento estudiantil suele estar dominado por miembros de los colectivos marxistas-leninistas de la Universidad. Ciertos miembros de dichas colectividades mantienen como fetiche la paralización total de las funciones universitarias basados en los "mandato de asamblea" (en los cuales suele participar una fracción mínima del estudiantado) como único método de lucha para repeler las imposiciones estatales. Pero detrás de su oratoria justiciera se esconde un autoritarismo tan vil como el actual, sino peor, y estrategias entorpecedoras aun para lograr lo que ellxs mismxs proponen.

    No hay razón para detener la lucha en contra de las imposiciones injustas de una Junta de Síndicos cuya mayoría responde directamente al Estado que les eligió. Ciertamente un puñado de idiotas optaron por estrategias que no han sido favorables para retener la credibilidad del movimiento estudiantil ante los medios de comunicación. Y todo desde su eterno viaje masturbatorio hinchado en delirios revolucionarios de marquesina. Por eso es hora de que los anarquistas asuman un rol protagónico en las luchas estudiantiles y sociales en Puerto Rico utilizando estrategias cónsonas con la ética libertaria y que fácilmente puedan adoptar aquellos que aunque no se consideren anarquistas, rechazan el status quo.

    Una huelga/boycot no tiene que ser "general" para surtir el efecto deseado ni tampoco es la única herramienta para repeler las injusticias.  No debemos olvidar que se trata de una lucha asimétrica ("nosotrxs" tenemos menos fuerza -letal- que "ellxs") en una sociedad mediatizada (para bien o para mal).

    Con respecto a la autonomía universitaria, seguirá siendo solo un sueño si no se engloba dentro del contexto de una "autogestión universitaria". No puede haber autonomía si los ingresos de la UPR dependen de los impuestos estatales. La solución radical será ir volcando nuestro esfuerzo en formas alternativas  de educación primaria, secundaria y superior que compitan contra el modelo bancario de educación y que sirvan de base para una fuerza laboral menos dependiente del Estado y sus tentáculos corporativos.


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Soy un socialcomunistagaypopuleteislamoseparatistateo.

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Hoy puedo afirmar sin traba alguna, y a mucha honra, que soy un socialcomunistagaypopuleteislamoseparatistateo.

“¿…qué carajos…?”

Exactamente. Oh, ¿veo que este término necesita aclaración? Bueno, pues vamos entonces a profundizar en el contexto apropiado.

No sé si se han percatado recientemente (pongo todo en duda pues el boricua cuenta con una capacidad casi sobrenatural para enajenarse de lo que ocurra en su entorno inmediato), pero lo que está chic en el momento es la otredad múltiple. Ya no basta con que a uno se le catalogue como parte de un elemento o categoría específica; todo el discurso de odio que caracteriza las esferas políticas, religiosas y sociales de la Magna Colonia se ha vuelto tan complejo que es necesario expandir y enriquecerlo, so pena que caigamos en una irremediable falta de terminologías apropiadas. Para mantenerse al tanto de la complejidad del odio en el país, hay que hacer síntesis de todos los grupos dignos de odiarse y crear una nueva definición, un nuevo paradigma o neologismo apropiado. En estos momentos envidio la capacidad de fusión morfológica con la que cuenta el alemán.

Lo siento por adelantado, pero vamos a tener que volvernos un poco posmodernos para intentar sobrevivir este disparate de país. En la excusa barata de simulación risible que pasa por normalidad en la isla, el ataque ad hominem general contra toda persona que se posicione en contra del poder es automáticamente deshumanizante. Todo aquel que disienta del fundamentalismo intolerante es atacado despiadadamente y acusado de estar en liga con el mismo demonio. En este punto tal vez deba aclarar que cuando hablo de poder, me refiero a la fusión permanente entre el sector bancario, la comunidad religiosa y los sectores partidistas del país. Estamos hablando de una sola entidad, subserviente a los intereses de un capitalismo desenfrenado, al punto más crudo de un neoliberalismo autoritario. No hay diferencia alguna entre el populismo partidista y la intolerancia religiosa. Estos son los sectores que insisten en construir nuestra hiperrealidad, basados en unos valores desquiziados, de personas que pretenden construir sus propios imperios en la Tierra pregonando verborreas espirituales idiotizantes. El desierto de lo Real jamás se había sentido tan frío en el trópico como se siente ahora (y eso que la Vía Verde no la han construído aún, para que reviente y nos caliente con su progreso, mientras nos ahorra una peseta en la mensualidad).

Y si algo nos debe de quedar claro, es que vivimos en tiempos de oscuridad. Estamos viendo un intento por revertir la sociedad puertorriqueña dos siglos hacia el pasado, pero de forma más cruda y abierta. Es un vil intento por establecer una teocracia reaccionaria y autoritaria, pregonada en el miedo y el odio. Ese odio nos ha debilitado como pueblo, y refleja el estado de infantilismo y oscurantismo que se come como un cáncer la mente de nuestra gente. En estos tiempos de incertidumbre y odio, tenemos que recordar que con tanto Otro que se fabrica en nombre de la intolerancia institucional y sistémica no tenemos otra opción que enfrentar a estas fuerzas oscurantistas, con sus dioses detestables y sus ideologías inhumanas.

Por eso soy, orgullosamente, un maldito socialcomunistagaypopuleteislamoseparatistateo. ¿Y tú?

¡Qué rico sabe el suicidio mediático!

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Es un cliché el decir que el ser humano cuenta con una memoria corta, e igualmente es similarmente clichoso el decir que el peor enemigo de uno es uno mismo. Pero si algo he aprendido de los pocos gritones de la retaguardia de izquierda que creen dominar el movimiento huelguista es que son un gran cliché ambulante.

Esto, obviamente, es mi descarga relacionada a la Gloriosa Ofensiva Patriótica Contra las Fuerzas Opresoras del Estado y Capital que se dio hoy, 7 de marzo del 2011, frente a la Escuela de Arquitectura en el Recinto de Río Piedras.

Yo se de la vida como estudiante de arquitectura. Durante mis años de belleza juvenil bachiller pasé cuatro años en la vieja escuela, donde tengo muchos recuerdos de amanecidas, risas, lágrimas, orgasmos y alergias. Y aunque siempre existieron relatos de orgías tras bastidoras, realmente no hay mejor orgasmo colectivo que la violencia. Bueno, tal vez el escribir en 80grados, pero eso es otro tema para otro día.

La vez pasada hablé del orgasmo de la Derecha con su voto de censura. Hoy tenemos el orgasmo de ciertos miembros de la izquierda de nuestro país. Claro, hago la salvedad que no me refiero a una izquierda de vanguardia y combativa, inclusivista e inteligente. No, me refiero a unos dinosaurios atrapados en cuerpos de universitarios, que se han reducido a tácticas intimidantes como la amenaza e incitación a la violencia para llevar a cabo el protagonismo que tanto les hace temblar la patita de placer. Son estos elementos, pocos en número pero ensordecedores en retórica inflamatoria, los que atraen a jóvenes subgraduados y los usan como carnes de cañón, en búsqueda de un mártir para llevar a cabo su gran Revolución Liberadora.

Vamos a tener algo claro en todo esto:

Esta gente no entiende un soberano carajo de lo que está pasando a su alrededor. ¿A qué me refiero? Sencillo:

La batalla por la Universidad de Puerto Rico no se va a librar en trincheras, en marchas con la bandera roja o en enfrentamientos gloriosos contra las fuerzas del capital. La batalla por la Universidad es una MEDIATICA. Son los medios los que determinan la naturaleza de la INFORMACION que se disemina al resto del pueblo. Voy a hacer hincapié en esto nuevamente, porque se que hay mucha gente que no entiende. El proyecto universitario, la supervivencia de la misma Universidad, más allá que cualquier agenda huelguista, será determinada por la opinión pública. Es la opinión pública la que fuerza la acción, aún en gobiernos autoritarios a medias como lo es el desmadre Fortuñista. Es la opinión pública la que hizo demasiado caro políticamente el mantener la policía en el Recinto como se tuvo. Si, el Estado busca cualquier avenida para confrontar. Es nuestra obligación como estudiantes el no proveer esas excusas.

He leído en muchos sitios hoy a varios decir que el Estado no necesita de excusas para intervenir con violencia. Hasta cierto punto es cierto, pero en nuestra era de información instantánea aquellos que saben lo más elemental de gobernación saben que la opinión pública es un recurso de primera necesidad, si no el más importante, y una vez que se abuse de el se paga políticamente luego. El gobierno actual sabe que se encuentra en una posición precaria a nivel de percepción pública, y actos como estos de hoy son una bendición para la administración.

Otros han dicho que este suceso de hoy es exculpable por ser el resultado de tantas emociones encontradas y embotelladas, de tantos abusos e insultos. Admito que soy de las personas que fantasía con prender a estos hijos de puta con un palo, pero reconozco que el hacerlo es una idiotez gigantesca. La violencia no se puede suscribir a argumentos beneficiosos en su momento para luego condenarse cuando se es agredido. Claro que el Estado agrede, es la forma en que mantiene su soberanía. Pero, ¿Y nosotros? ¿Tenemos que repetir este espectáculo, siguiendo las mismas acciones de transgresión?

Si algo he aprendido hoy es que personas inteligentes cuentan con una capacidad pasmosa de apagar su sentido común a favor de su lado más reaccionario, de su prisión ideológica, de su trinchera de retaguardia. El acto de agresión de hoy fue inexcusable, y que ciertos individuos dentro del movimiento estudiantil apoyen este ejemplo de violencia de masas descontroladas es vergonzoso.

Es tiempo de rendir cuentas ya. Es tiempo para que el movimiento estudiantil saque de sus filas a estos elementos que se han adueñado del nombre del colectivo mientras empujan sus propias agendas. Lo que es el verdadero movimiento universitario deplora la violencia, sea de donde sea.

Hay que reconocer que se ha llevado a cabo una gran derrota mediática hoy, de que se perdió el control de ciertos elementos que han sido agitados por aquellos que velan más por sus sueños mojados de revolucionarios de marquesina que por el futuro de la educación pública en este país. De la misma forma en que repudio el servilismo que ha caracterizado a la docencia de “alto intelecto” que lo reduce todo a un ejercicio mental, condeno enérgicamente los actos de violencia del día de hoy. Y esto no es un “hay bendito” de mi parte a la vil criatura de apellido Guadalupe, maldito sea su nombre. Esto es un llamado a la cordura y a la toma del movimiento estudiantil por parte de aquellos que realmente están comprometidos con su Alma Mater, y no con sus puñetas revolucionarias.


POR UN PODER POLÍTICO LIBERTARIO. CONSIDERACIONES EPISTEMOLÓGICAS Y ESTRATÉGICAS EN TORNO DE UN CONCEPTO

(Este articulo sacado del libro Actualidad del Anarquismo se presentan en este blog como una invitación al debate. Por lo tanto, nos interesa muchísimo recibir las impresiones de los lectores del blog Semillas Libertaria. En la medida de los posible pronto los contribuyentes del blog irán esbozando sus opiniones acerca del mismo.)


El anarquismo se encuentra desde hace décadas en una clara fase de estancamiento, que se manifiesta tanto en el plano de la teoría como en el plano de la práctica.

En el plano teórico raras son las innovaciones que se han producido en un pensamiento que se puede calificar, sin duda, como radical pero en el sentido bien particular de que se pega literalmente a sus raíces como si éstas estuviesen embadurnadas con pez, y que encuentra enormes dificultades para desarrollarse y evolucionar a partir de ellas. El anarquismo se ha quedado anclado, en buena medida, sobre unos conceptos y unas propuestas que se forjaron en el transcurso de los siglos XVIII y XIX.

En el plano de la práctica, se puede argumentar que el anarquismo ha penetrado de forma difusa en amplios movimientos sociales informales, implícitamente libertarios, y que por otra parte ha marcado con su sello numerosos cambios sociales. Desgraciadamente, para cada una de las transformaciones de carácter libertario en las que podamos pensar es fácil citar decenas de microevoluciones que van en un sentido explícita o implícitamente totalitario. La sociedad parece desplazarse más bien en dirección a una reducción que hacia un incremento de las libertades y de las autonomías básicas.

Obviamente, este doble estancamiento evidencia un serio problema y parece cuestionar incluso la validez de las propias posturas libertarias. ¿Es posible esbozar algunos elementos para emprender una nueva andadura? Pienso que sí.

En paralelo a consideraciones más fundamentales, que deberían intentar aclarar las condiciones sociales que presiden a la producción de las ideologías y de los movimientos de emancipación social1, entiendo que una posible dinamización del pensamiento y de la acción libertaria pasa necesariamente por una vigorosa operación de exorcismo.

Es absolutamente indispensable exorcizar un conjunto de temas tabúes cuya carga ideológico emocional bloquea cualquier posibilidad de reflexión. Y esta operación de exorcismo es tanto más necesaria cuanto que se trata precisamente de temas constitutivos del núcleo duro2 del pensamiento anarquista.

El concepto poder y, más concretamente, el concepto poder político es uno de los primeros que convendría desacralizar si se quiere desbloquear las condiciones de posibilidades de una renovación de anarquismo. En efecto, se ha vuelto usual recurrir a los posicionamientos sobre la cuestión del poder como uno de los principales criterios que permiten discriminar entre las posturas libertarias y las que no lo son. Coincido plenamente en que la cuestión del poder constituye el principal elemento diferenciador entre los grados de libertarismo que presentan los distintos pensamientos socio-ideológicos, así como de las distintas actitudes sociopolíticas, tanto individuales como colectivas.

Sin embargo, lo que no me parece en absoluto aceptable es considerar que la relación del pensamiento libertario con el concepto de poder sólo se pueda formular en términos de negación, de exclusión, de rechazo, de oposición, o incluso de antinomia. Es cierto que existe una concepción libertaria del poder, es falso que ésta consista en una negación del poder. Mientras esto no sea asumido plenamente por el pensamiento libertario, éste permanecerá incapaz de abordar los análisis y

las prácticas que le permitirían hacer mella sobre la realidad social.

EL CONCEPTO DE PODER

La polisemia del término poder y la amplitud de su espectro semántico constituyen condiciones que favorecen los diálogos de sordos. En los debates se observa frecuentemente cómo los diversos discursos tan sólo alcanzan a yuxtaponerse en lugar de articularse los unos con los otros, porque tratan en realidad de objetos profundamente diferentes, confundidos por el recurso a una misma palabra: el poder. Resulta, por lo tanto, útil acotar el término poder antes de abordar su discusión. Dando por supuesto, claro está, que esto no implica que se pueda desembocar en una definición objetiva y aséptica de la palabra poder, ya que se trata de un término políticamente cargado, analizado desde un lugar político preciso, que no puede aceptar una definición neutra.

En una de sus acepciones, probablemente la más general y diacrónicamente primera, el término poder funciona como equivalente de la expresión capacidad..., es decir, como sinónimo del conjunto de efectos cuyo agente, animado o no, puede ser la causa directa o indirecta. Es interesante observar que el poder se define de entrada en términos relacionales, ya que para que un elemento pueda producir o inhibir un efecto es necesario que se establezca una interacción.

Imagino que nadie, libertario o no, desea discutir este tipo de poder y que nadie considera útil cuestionarlo o incluso destruirlo. Queda claro que no existe ningún ser desprovisto de poder y que el poder es, en este sentido, consustancial con la propia vida.

En una segunda acepción la palabra poder se refiere a un determinado tipo de relación entre agentes sociales, y es habitual caracterizarlo entonces como una capacidad disimétrica, o desigual, que tienen esos agentes de causar efectos sobre el otro polo de la relación establecida. No creo que sea conveniente entrar aquí en niveles más finos de análisis y preguntarse, por ejemplo, si para que sea legítimo hablar de una relación de poder la producción de estos efectos debe ser intencional o no, eficaz o no, deseable o no, etc. (Para un análisis detallado véase mi Poder y Libertad. Barcelona, Ed. Hora. 1983.).

En una tercera acepción el término poder se refiere a las estructuras macrosociales y a los mecanismos macrosociales de regulación social o de control social. Se habla en este sentido de aparatos o de dispositivos de poder, de centros o de estructuras de poder, etcétera.

Mantengo que no tiene sentido abogar por la supresión del poder en cualquiera de los niveles en el que éste se manifiesta, y que esto, que es válido y evidente para el primer nivel (el poder como capacidad) es también valido, aunque menos evidente para los otros niveles mencionados.

En otros términos, el discurso acerca de una sociedad sin poder constituye una aberración, tanto si nos situamos desde el punto de vista del poder como capacidad (¿qué significaría una sociedad que no podría nada?), como si nos situamos en la perspectiva de las relaciones disimétricas (¿qué significarían unas interacciones sociales sin efectos disimétricos?), o, finalmente, si contemplamos el poder desde el punto de vista de los mecanismos y estructuras de regulación macrosociales (¿qué significaría un sistema, y la sociedad es obviamente un sistema, cuyos elementos no se verían constreñidos por el conjunto de las relaciones que definen precisamente el sistema?). Las relacione de poder son consustanciales con el propio hecho social, le son inherentes, lo impregnan, lo constriñen al mismo tiempo que emanan de él. A partir del momento en el que lo social implica necesariamente la existencia de un conjunto de interacciones entre varios elementos, que, de resultas, forman sistema, hay ineluctablemente efectos de poder del sistema sobre sus elementos constitutivos, al igual que hay efectos de poder entre los elementos del sistema.

Hablar de una sociedad sin poder político es hablar de una sociedad sin relaciones sociales, sin regulaciones sociales, sin procesos de decisión social, es decir, es hablar de un impensable porque resulta reiterativamente contradictorio en términos.

Si introduzco aquí el calificativo político para especificar el término poder, es porque lo político, tomado en su acepción más general, remite simplemente a los procesos y a los mecanismos de decisión que permiten que un conjunto social opte entre las distintas alternativas a las cuales se enfrenta y, también, los procesos y los mecanismos que garantizan la aplicación efectiva de las decisiones tomadas. Queda claro que existe, en este sentido, una multiplicidad de modelos de poder político.

Cuando los libertarios se declaran contra el poder, cuando proclaman la necesidad de destruir el poder y cuando proyectan una sociedad sin poder, no pueden sostener una absurdidad o un impensable3. Es probable que cometen simplemente un error de tipo metonímico y que utilizan la palabra poder para referirse en realidad, a un determinado tipo de relaciones de poder, a saber, y muy concretamente, al tipo de poder que encontramos en las relaciones de dominación, en las estructuras de dominación, en los dispositivos de dominación, o en los aparatos de dominación, etc. (tanto si estas relaciones son de tipo coercitivo, manipulador u otro).

Aun así, no habría que englobar en las relaciones de dominación el conjunto de las relaciones que doblegan la libertad4 del individuo o de los grupos. No solamente porque eso volvería a trazar una relación de equivalencia entre las relaciones de dominación y las relaciones de poder (puesto que todo poder político, o societal, es necesariamente constrictivo), sino también porque la libertad y el poder no están en absoluto en una relación de oposición simple. En efecto, es cierto que las relaciones de poder (que son inherentes a lo social, no lo olvidemos) doblegan la libertad del individuo, pero también es cierto que la hacen posible y que la incrementan. Es en este sentido que deberíamos interpretar la preciosa expresión según la cual mi libertad no se detiene donde comienza la de los demás, sino que se enriquece y se amplía con la libertad de éstos.

Es obvio que la libertad del otro me constriñe (no soy libre en todo aquello que puede recortar la suya) pero también es obvio que mi libertad necesita la libertad del otro para poder ser (en un mundo de autómatas mi libertad se encontraría considerablemente mermada). Poder y libertad se encuentran pues en una relación inextricablemente compleja, hecha simultáneamente de antagonismo y de mutua potenciación.

Volviendo al centro del problema, sería más exacto decir que los libertarios están, en realidad, en contra de los sistemas sociales basados en relaciones de dominación (en sentido estricto): ¡abajo el poder! debería desaparecer del léxico libertario en favor de ¡abajo las relaciones de dominación!, quedando por definir entonces las condiciones de posibilidad de una sociedad carente de dominación.

Si los libertarios no están en contra del poder, sino en contra de un determinado tipo de poder, deberían admitir lógicamente que son por lo tanto partidarios de una determinada variedad poder que es conveniente (y exacto) llamar: poder libertario, o más concretamente poder político libertario. Es

decir que son partidarios de un modo de funcionamiento libertario de los aparatos poder, de los dispositivos poder y de las relaciones de poder que conforman toda sociedad.

Aceptar el principio de un poder político libertario puede generar dos tipos de efectos:

El primero es ponernos en las condiciones, y en la obligación, de pensar y analizar las condiciones concretas del ejercicio de un poder político libertario tanto en el seno de una sociedad con Estado como en el seno de una sociedad sin Estado.

La solución de facilidad consiste, obviamente, en declarar que es necesario destruir el poder, lo cual evita la difícil tarea de tener que delimitar cuáles son las condiciones de funcionamiento de un poder libertario y cuáles son los métodos de resolución de los conflictos en una sociedad no autoritaria5, así mismo la focalización sobre el Estado y la exigencia de su desaparición permite eludir el hecho de que incluso sin Estado las relaciones y los dispositivos de poder siguen presentes en la sociedad. Claro que si estamos convencidos de que con la desaparición del Estado también desaparece el poder, ¿para qué preocuparnos entonces de este último?6.

El segundo tipo de efecto podría consistir en volver, finalmente, posible, la comunicación entre los libertarios y su entorno social. En efecto, si la gente no comprende el discurso libertario, si se muestra insensible a sus argumentos, si no comparte sus inquietudes, no es, ciertamente, culpa de la gente, es culpa de los libertarios. El sentido común popular tiene razón cuando sigue mostrándose impermeable a las argumentaciones libertarias contra el poder. ¿Seguiría haciendo oídos sordos ante propuestas que no hablarían de suprimir el poder, sino simplemente de transformarlo?

Soy consciente de que este tipo de planteamiento puede evocar un reformismo libertario, y mucho me temo que esta impresión crecerá aun más cuando sugiera ahora que para establecer una comunicación entre los libertarios y la sociedad no basta con proponer un cambio en las relaciones de poder, sino que es necesario, además, volver creíbles las posibilidades de cambio y programar, aunque sólo sea de manera difusa, su realización efectiva. La primera condición para que un cambio sea creíble es que sea efectivamente posible y esto traza los límites de un programa libertario eficaz.

PARA UNA ESTRATEGIA LIBERTARIA MINIMAX

Por poco que el rumbo de la sociedad sea modificable8, aunque sólo sea parcialmente, está claro que una influencia libertaria sólo puede impulsar cambios efectivos en dirección a una libertarización del poder político si una parte considerable de la población es favorable a esos cambios y actúa en ese sentido.

Una estrategia libertaria de tipo reformista supone necesariamente la existencia de un movimiento de masas que se puede calificar de considerable, en la medida en que debería agrupar millones de personas en un país como Francia y decenas de millones en un país como los Estados Unidos. ¿Es esto imposible? Completamente imposible, si estamos pensando en millones de militantes libertarios, pero perfectamente posible si nos referimos a una corriente de opinión que se manifieste de manera más o menos episódica y de manera más o menos coherente, digamos incluso con un perfil bajo de coherencia libertaria. Aun así, sería necesario que los libertarios contribuyesen a posibilitar esta amplia base libertaria popular abandonando su habitual estrategia maximalista expresada en términos de todo o nada.

Una extensa corriente de opinión libertaria, o si se prefiere, una masa crítica libertaria en el seno de la sociedad, no puede constituirse sino es a partir de una serie de propuestas que sean a la vez:

– creíbles para grandes cantidades de gente,

– eficaces, en el sentido de que los cambios propuestos puedan ser efectivamente alcanzados en unos plazos razonables y que sean suficientemente motivadoras.

Estas propuestas deben estar en consonancia con el carácter necesariamente híbrido de estos movimientos populares amplios, no del todo libertarios, no constantemente libertarios. Para eso resulta indispensable revisar una serie de principios tales como la no participación sistemática en cualquier tipo de proceso electoral, o la negativa a disponer de liberados retribuidos siempre que su carácter rotativo sea escrupulosamente respetado, o el rechazo sistemático de alianzas con los sectores no libertarios de los movimientos sociales etc. (sobre todo teniendo en cuenta que estos principios que convendría revisar no son constitutivos del núcleo duro del pensamiento libertario).

Dicho esto, apostar exclusivamente sobre una estrategia reformista sería del todo insostenible, por varias razones.

La primera es que resulta absolutamente simplificador oponer tajantemente reformismo y radicalidad. Al igual que en el caso del concepto complejo poder/libertad, existe en este caso un entrelazamiento inextricable entre las distintas partes de un conjunto (reformismo/radicalismo) que sólo se puede escindir en apariencia, o en un determinado nivel de realidad pero no en otros.

En efecto, reformismo y radicalismo se alimentan el uno al otro, se oponen y, simultáneamente, se complementan. El reformismo puede producir efectos perversos que conlleven consecuencias radicales, al igual que el radicalismo puede propiciar regresiones o reformas.

La segunda razón se basa en el hecho de que la acción radical suele incrementar su eventual eficacia, o incluso adquirirla, en la medida en que existe una esfera de influencia que fertiliza previamente el terreno donde se ejerce.

La tercera razón parte del supuesto que las posturas y las acciones radicales pueden constituir el equivalente social de las interacciones aleatorias y de las fluctuaciones locales que hacen evolucionar espontáneamente determinados sistemas fisicoquímicos hacia nuevo órdenes radicalmente distintos y novedosos (analogía con la creación de orden por el ruido, orden por fluctuaciones, complejidad por el ruido, etc.). Resulta que la sociedad es un sistema abierto suficientemente complejo (en el sentido técnico del término) y que se sitúa suficientemente lejos del equilibrio para que sea estrictamente imposible prever las posibles consecuencias de tal o cual acción radical, ejercida en tal o cual punto del tejido social (véase, en particular, mayo del 68). En este sentido, parece que solamente la acción radical puede ampliar las fluctuaciones sociales locales hasta provocar emergencias incompatibles con el orden social instituido y que lo transformen de manera profunda.

No hay que olvidar, sin embargo, que la acción radical presenta siempre un doble filo, ya que, como la sociedad es un sistema abierto, autoorganizador, resulta que las disfunciones (el ruido) introducidas por la acción radical permiten, paradójicamente, una mayor adaptabilidad del sistema instituido, y una mayor resistencia frente a lo que amenaza con desestabilizarlo.

La cuarta razón se basa en que el radicalismo permite mantener conceptos, propuestas y cuestionamientos que, de otro modo, serían fácilmente digeridos y recuperados por los modelos sociales dominantes gracias al proceso depredigestión que se encargan de llevar a cabo los movimientos reformistas, un poco como ocurre con las vacunas.

La quinta razón se refiere a la experiencia histórica. Ésta parece poner de manifiesto que es gracias a la coexistencia de amplios sectores blandos, ideológicamente inseguros, de una coherencia oscilante etc. con sectores radicales, duros, intransigentes, etc., que se produjeron las situaciones más favorables para propiciar cambios sociales profundos (véase España 1936).

Dicho esto, está claro que la indispensable dialéctica entre radicalismo y reformismo reviste un carácter intensamente problemático.

En efecto, es necesario impedir que el reformismo quiebre las tentativas radicales creando en torno de ellas un colchón amortiguador que cancele sus efectos desestabilizadores. Al igual que es necesario impedir que las tentativas radicales sieguen la hierba bajo los pies de los reformistas imposibilitando su tarea.

Asimismo es necesario impedir que las innovaciones conceptuales de los reformistas terminen por desdibujar el núcleo duro del cual han surgido y el fondo de crítica radical que yace en los grupos doctrinarios, al igual que es necesario impedir que la intransigencia doctrinaria de los sectores radicales bloquee las posibilidades de innovación teórica que aportan los reformistas.

En cualquier caso, parece esencial, y eso es quizás lo más difícil de todo, que radicales y reformistas se acepten mutuamente como elementos a la vez antagónicos y complementarios, y como, irreduciblemente, enemigos y aliados en un proceso en el que ambos se necesitan.

Para concluir, quiero precisar que no he pretendido hacer un planteamiento de corte dialéctico, sino expresar mi profunda convicción de que, mientras no sepamos concebir la complejidad irreducible de las realidades, seremos incapaces de enfrentarlas con éxito.



Por Tomás Ibáñez Gracia de Actualidad del Anarquismo

NOTAS:

1 ¿Por que, y cómo, se produce el pensamiento libertario? Sería interesante

tratar el anarquismo como un objeto social que obedece a ciertas condiciones

de producción (¿cuáles?), que asegura ciertas funciones sociales (¿cuáles?)

y que produce a su vez ciertos efectos sociales e ideológicos (¿cuáles?).

El hecho de que el marxismo haya tratado estas cuestiones de manera

lamentable no retira nada de su interés. En éstas radica quizá la explicación

de por qué el anarquismo se caracteriza por una ausencia de efectos

acumulativos tanto a nivel organizativo como ideológico o social.

2 Me parece urgente definir cuál es el núcleo duro del pensamiento libertario y

cuáles son los elementos negociables, que forman su cinturón protector. La

confusión entre estos dos niveles implica a veces actitudes inútilmente

sectarias.

3 Sin embargo, sería necesario ver si el propio grito contra el poder no

constituye, en el imaginario social, una manera de impugnar, por desplazamiento,

el propio nudo social, es decir, finalmente, de impugnarse a sí

mismo en tanto que ese grito ya forma parte, necesariamente, de lo

instituido.

4 Seguramente sería necesario dedicar un seminario como éste al tema de la

libertad. Uno de los conceptos de mayor dificultad, puesto que plantea el

problema de los sistemas autorreferenciales, cerrados sobre ellos mismos en

forma de bucle.

5 Aprovecho la ocasión para hacer hincapié en la urgencia de abandonar la idea,

profundamente totalitaria, de una sociedad armoniosa, desprovista de

conflictos.

6 Es probable que el funcionamiento libertario de un poder libertario pase por

establecer mecanismos oscilatorios que impidan la cristalización de una

direccionalidad fija en las relaciones de poder, o que impidan los efectos de

autoconsolidación del poder..., pero esto es otra cuestión.

7 No utilizo este término en el sentido técnico que reviste en economía o en la

teoría de los juegos, lo uso de manera puramente analógica.

8 Que lo sea efectivamente es otra cuestión, pero si no es modificable, aunque

sea mínimamente, entonces hay que decir adiós a todas nuestras elucubraciones

militantes...



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